Tuesday, March 27, 2007

Friday, January 06, 2006

Wednesday, November 30, 2005








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Thursday, October 27, 2005

Mi viaje a Sierra Grande

Sierra Grande es un pueblo collage. La plaza principal no es el centro de la ciudad, los 14 barrios parecen alejados entre sí y las casas habitadas conviven con las construcciones fantasmas. Es un pueblo pegado a una ruta, lleno de gente de paso y viajeros de una noche de hotel y cabaret. Pero la vida del pueblo está ligada inexorablemente a la minería, desde que Manuel Reinero Novillo descubrió los yacimientos de hierro en 1945.
La avenida principal lleva el nombre del descubridor y buena parte de los barrios se llaman Hipasam A, B, C y así, en estricto orden alfabético y de clases sociales –barrios de obreros, de ingenieros y de directivos-, en (auto)honor a la empresa que explotó desde 1969 hasta 1991 la mina de hierro que llegó a ser la más grande de Sudamérica.
También es un pueblo collage porque está pegado a viejas figuras de un pasado próspero y de vacas ajenas, pero gordas; y de nuevas estampas de olvido en algunos casos y de esperanza en otros, a raíz de la reapertura de la mina en junio.
En los 70 –época de mayor esplendor-, llegaron a vivir 20 mil personas; en los 90, luego del cierre de la mina, quedaron sólo 4 mil y, actualmente, residen 11 mil. El pueblo se divide entre los que creen que la mina dará pan y paz y entre los que piensan que es un nuevo cuento, como aquel de Menem cuando les dijo que “del socavón de Sierra Grande partirá la revolución productiva”.
A poco de llegar, es fácil darse cuenta que los sierragrandenses odian dos cosas: a) que llamen a su pueblo fantasma –dicen “no somos fantasmas: vivimos aquí”-, pese a los muchos barrios abandonados, en ruinas y con los vidrios rotos; y b) el nombre marketinero de “Playas Doradas” que le pusieron al balneario que ellos siempre llamaron “El Salado” y que ahora constituye la principal apuesta turística de la localidad.

Entre la esperanza y el “supermercado chino”
El 26 de febrero, se firmó un contrato entre el Gobierno de Río Negro y la empresa de capitales chinos A Grade Trading, que pasó a llamarse Compañía Minera Sierra Grande. El acuerdo significó el compromiso de reactivación de la mina y despertó una enorme expectativa en el pueblo.
“En los últimos seis meses, se habilitaron 100 comercios en Sierra Grande y recibimos 500 pedidos de viviendas para los 14 barrios del pueblo”, dijo Nelson Iribarren (UCR), intendente de Sierra Grande desde 1999. “La desocupación en esa época llegó al 50% y actualmente estamos en un 8%”.
Sport, impecable y peinado a la gomina, Iribarren se muestra orgulloso por el crecimiento de Sierra Grande, pero mucho más por su gestión. Según su discurso, todo era sombra y olvido antes de su llegada al poder, momento a partir del cual ennumera una larga lista de cifras y logros de su gestión.
Lo cierto es que la apertura de la mina generó 270 puestos de trabajo fijos y otros tantos a través de empresas contratistas. Además, la extensión del tendido eléctrico entre Puerto Madryn y Pomona, que pasa por Sierra Grande, generó 120 nuevos empleos. Todo ese movimiento produjo un fuerte impacto en la población. Sin embargo, muchos vecinos consideran que “hay que esperar” que terminen las obras para conocer el impacto real de la reapertura de la mina en el empleo de Sierra Grande. “La verdad se conocerá cuando se vayan algunas empresas contratistas que están de paso y quede la gente del pueblo, la que consume y vive en Sierra Grande”, dijo Sonia Faltraco, propietaria del hotel que lleva su apellido y habitante del pueblo de toda la vida.
Aún no comenzó la extracción del mineral, ya que se está trabajando en la recuperación de la infraestructura. “Cuando la mina empiece a trabajar a pleno, se habrán generado 750 empleos”, agrega Alfredo “Gringo” Herman, jefe de división del yacimiento.
Río Negro concedió a la empresa china la explotación de la mina hasta “agotar el recurso”, lo que –calculan- tardaría entre 60 y 70 años. A pesar de eso, el intendente dice que el Estado fue “muy celoso” con los contratos. “Negociamos con los chinos, como lo hicimos con otros oferentes. Hay todavía unos 500 mil millones de toneladas de hierro por explotar”.
Iribarren reconoce que el éxodo provocó una “fractura en el tejido social”. “Aquí llegaron a existir 12 clubes sociales, de los que ahora sólo queda la chapa y una personería jurídica vencida. Se rompió la vida social del pueblo”.
Hablar con Faltraco es una opción menos formal de conocer cómo cambió el pueblo. “La gente está un poco más contenta: pinta las casas, sale un poco y toma algo en los bares. ¿Cuánto durará? No lo sabemos. Nos mintieron tantas veces…”. Sonia, que es hija del primer intendente electo del pueblo, encuentra “una demostración clara de que el pueblo está vivo: ahora hay cinco prostíbulos funcionando, que emplean a unas 30 mujeres”.
No sólo Faltraco desconfía de la reapertura de la mina. Hugo Reinoso, secretario de turismo del municipio, comprende la incredulidad porque “a la gente le hicieron muchas promesas, y todas terminaron en nada”. “Los vecinos –acota Reinoso- sospechan que los chinos se irán sin hacer nada, que todo es muy raro y que detrás de la reactivación de la mina se esconde un negociado. Si agarrás acá a cualquier persona y le preguntás, desconfía”. En tanto, Néstor Delgado, orientador turístico en la Secretaría que Reinoso lidera, cree más en el turismo que en la mina. “Para los chinos, esto es un supermercado”, sentencia.
En tanto, el secretario de la Cámara de Comercio, Juan Carlos Bacciadone, coincide con esta versión. “La reactivación responde al crecimiento de la pesca, el tendido eléctrico y el turismo, y no solamente con la mina. Es un reacomodamiento que ya lleva 10 años”. Bacciadone cree que la lana, el turismo y la pesca “tienen mayores perspectivas” que la mina porque emplean a más personas.
Por su parte, un nuevo factor de la reactivación económica serán las jubilaciones para los ex empleados de Hipasam, impulsadas por un proyecto del senador nacional Miguel Angel Pichetto. El único requisito para cobrar los haberes es residir en Sierra Grande, lo que motivó el regreso de muchos trabajadores que habían emigrado tras el cierre. Se calculan que unas 500 personas están en condiciones de percibir la jubilación y cada una recibirá un promedio de $1000. Una decena de jubilaciones ya fueron asignadas y comenzarán a pagarse en diciembre. El primer beneficiado fue Pedro Fortete, un hombre que, desde el cierre de la mina, se había mantenido haciendo changas y recogiendo cartones de la calle.
La ley genera malestar en una parte del pueblo, que la considera una medida injusta ya que alcanza por igual a los que se fueron como a los que se quedaron en Sierra Grande, sin importar los años de servicio ni el motivo del alejamiento. Lo cierto es que la medida significará un ingreso de medio millón de pesos mensuales, con la lógica reactivación económica que eso implica. Bacciadone, incluso, opina que las jubilaciones también serán más productivas que la mina. “Yo creo que al menos un 20% de esos jubilados tiene que ser creativo, e instalar algún tipo de negocio, y eso es productivo”, afirmó.
María del Carmen Oviedo, directora de la escuela Nº 62 —la más antigua de Sierra Grande— enfatiza que “el movimiento, el cambio grande, empezó con la mina. Hoy mucha gente viene y se radica acá, y eso es por las perspectivas que la mina genera”.
La desconfianza se manifiesta en algunos vecinos y comerciantes que piensan que los chinos no harán nuevas obras, sino que solamente se llevarán las 65.000 toneladas de hierro que están en la superficie desde que la mina dejó de trabajar en 1991. Pero Herman, técnico minero, desmiente esa versión. “Hay proyectos de nuevos túneles —explica—. Las inversiones que han hecho los chinos son para extraer mineral. No podrían irse sin hacer nada porque con lo que hay no recuperan lo que llevan invertido”.
Herman no teme que se trate solamente de una promesa. Y, optimista, sostiene que “por más que sea una promesa, por más que la mina cierre mañana, lo que hicieron hasta ahora ya es más de lo que hubo antes. De ahí en adelante, Dios dirá”.

Historias de mineros
Caballo. Todos conocen a Enrique Ramos como Caballo, por ser un hombre de pocas sutilezas en los partidos de fútbol en sus años de minero. De 53 años, el ex hombre de Hipasam vive hace 32 en Sierra Grande y conoció casi todas las tareas de su oficio: perforista, ayudante, dinamitero y maquinista. Además, fue uno de los que más resistió el cierre de la mina desde su posición de delegado gremial desde 1986 y hasta el cierre en 1991. “Aún hoy pienso que había miles de alternativas antes que cerrar la mina y dejar a mil obreros en la calle”, cuenta Caballo. “Cuando vino Menem, en abril del 91, nos dijo: ‘A Hipasam no la vamos a cerrar, pero sí privatizar’. En ese momento, la empresa ya estaba cerrada. ¡No sabía ni de lo que estaba hablando! Nosotros fuimos la prueba piloto del desastre posterior: el cierre de las empresas estatales”, conjetura, desde un rincón de su cocina, mientras suena el teléfono sin parar y él grita que atiendan, carajo, que él está en una entrevista.
A Caballo también le llegó el despido y una indemnización de $14 mil por 18 años de trabajo. Puso la primera remisería de la localidad, que hoy tiene tres autos propios; los empleados de su PyME son sus hijos y su esposa, que alternan el trabajo de chofer y operador telefónico. El sistema de trabajo es informal: el pasajero que quiere viajar debe llamar o buscar a Caballo en su casa porque sus autos no recogen a gente en la calle. “Nadie tomaba remises cuando comencé, hace nueve años. Ahora hay 35 remises en el pueblo. En la época de Hipasam, la empresa ponía colectivos gratis para circular por el pueblo, pero luego del cierre nos quedamos sin transporte”.
Padre de cuatro hijos e hijo de un obrero ferroviario, Caballo no ve con buenos ojos la reapertura de la mina. “Todo me da desconfianza. No sé hasta cuándo se quedarán los chinos ni qué quieren hacer con la mina. Es todo raro”, adelanta, mientras cuenta que espera la jubilación, que le dará algo de respiro.
Caballo, al igual que otros mineros, habla de los túneles negros y húmedos como si recordara una novia oculta, a la que quiso aunque le haya hecho mucho daño. “La mina es riesgosa, penosa y mortificante, pero aprendés a quererla, a tomarle cariño y respeto”, dice, sin apuro, mientras invita mate con edulcorante. Cuando le preguntan si le gustaría que uno de sus hijos trabajara en la mina, el amor se vuelve agrio y recuerda a sus 19 compañeros que murieron allí. “Sí, me gustaría que hiciera la experiencia. Aunque sé que la mina es una máquina de romper gente”.
Tolín. Nadie sabe la dirección exacta de la casa de Isabelino Sayueque, pero es imposible perderse. Todos conocen el barrio 25 de Mayo, todos conocen la Manzana 2 y todos conocen a Tolín, como lo llaman sus vecinos y amigos de la mina. Es un hombre hecho de silencios y de pausas, y su casa, de oscuridades. Aunque es de noche, él no prende las luces: sólo lo ilumina la catódica del televisor. Su hijo menor entra como tromba, pide dinero para caramelos y se va. Tolín hace un zapping pausado, sin histeria. Tolín está desocupado.
Trabajó en la vieja mina de fluorita desde 1969 y luego continuó en la de hierro hasta 1991. Fue perforista y estuvo en el taller mecánico. Vivía bien y salía de vacaciones todos los años. En aquel momento –los 70 y parte de los 80-, Sierra Grande era un buen lugar para vivir.
“El cierre fue un baldazo de agua fría. No es fácil trabajar 17 años en un lugar y que al otro día te digan: ‘Andate. No servís más. Nadie te quiere’”, cuenta mientras chupa un mate amargo. Luego del cierre, Tolín se enfrentó a un dilema: cargar los muebles y mudarse con su familia –en aquel momento, el Estado pagaba el traslado y las facilidades para comprar una casa en otra ciudad- o viajar solo en busca de trabajo y dejar a los suyos en un pueblo que comenzaba a despedazarse. Él optó por lo segundo. “Un amigo minero me contó que él se mudó y cuando llegó a otro pueblo su hijo, de unos seis años, le dijo: ‘Papá, ¿vos me preguntaste si yo quería mudarme y perder a mis amigos?’. Yo no quise que mis hijos me recriminaran nada”.
Tolín estuvo un tiempo en San Antonio Oeste, su pueblo natal, a 127 kilómetros de Sierra Grande, luego recorrió pequeñas localidades de Neuquén y Río Negro. Con cada viaje se fueron gastando los $14 mil de su indemnización. Finalmente, volvió a instalarse en Sierra Grande. Puso una verdulería y le fue mal. Puso una remisería y le fue peor. Era natural que eso ocurriera en un pueblo donde no habían quedado ni dinero ni ganas para salir a ningún lado.
“Menem nos mató. No midió el daño que le hacía a este pueblo. Quedarme sin trabajo no fue lo más grave porque mi familia puede sobrevivir, pero el cierre de la mina provocó un quiebre social irreparable. Hubo separaciones, padres que se iban y nunca volvían, mujeres destrozadas, hijos que preguntaban cosas que sus padres no podían responder. Recuerdo la mina con alegría porque fue una gran familia para mí. Extraño las cargadas entre amigos, las reuniones y los partidos de fútbol”, recuerda.
Cuando le preguntan por la reapertura de la mina, Tolín se encoge de hombros: “No sé qué pensar. Nos mintieron tantas veces…”.
Tolín hijo. Mario Alberto Sayueque heredó el nombre de Kempes, aquel goleador inolvidable de la selección 1978, y el apodo de su padre, Tolín. Tiene 24 años y entró a trabajar en la mina desde que se hicieron cargo los chinos. Su jornada como mecánico del pique central es de nueve horas de lunes a jueves, ocho los viernes y cuatro los sábados. Gana $900, que son el sustento no sólo suyo sino también de sus padres y de sus hermanos, de 18, 13 y 5 años.
“Estoy contento por haber entrado a la mina. Mi papá me dice que me cuide, que le tenga respeto al cerro. Cuando era chico y él trabajaba en Hipasam, el 4 de diciembre de cada año (día de Santa Bárbara, patrona de los mineros) se permitía a las mujeres y los niños bajar a la mina donde trabajaban los hombres. Todavía me acuerdo lo inmensa que me parecía la mina. Y estoy contento de poder trabajar ahí”.
Cuando le preguntan si le gusta que lo llamen como a su padre, Mario Alberto muestra su sonrisa más grande y responde: “Sí, claro. Y me dicen que juego al fútbol mejor que él”.
Gringo. Sierra Grande es un pueblo de siestas largas. Son más de las 6 de la tarde, pero Alfredo Herman tarda en aparecer en el comedor de su casa porque estaba durmiendo. “Es que me acosté tarde, porque estuve arreglando el jardín”, se justificará. El Gringo –como lo conoce todo el mundo– tiene una casa elegante frente a la oficina de Camuzzi Gas Pampeana. Para llegar, basta preguntar por ella; la gente no está acostumbrada a caminar: “¡Está lejos!”, exclama cuando uno le pregunta, “son como seis cuadras”.
Herman estudió minería en Córdoba y llegó a Sierra Grande con 20 años, en 1972, trabajó hasta el cierre en enero del ’92, y hoy celebra la alegría de sentir que “está vivo algo por lo que uno luchó 20 años”.
Cuando la mina cerró, Herman estuvo a punto de mudarse, como tantos. “Teníamos todo listo para irnos a Roca, cajas hechas –cuenta–. Pero decidimos quedarnos por los chicos”. Sin embargo, sólo su hija menor vive aún allí: los dos mayores se mudaron a Córdoba, la tierra natal del Gringo.
Herman no se llevó a su familia del pueblo, pero sí emigró él, en busca de trabajo. “Estuve nueve meses trabajando en Madryn, en una casa de fotografía. Después trabajé en fotografía también acá en Sierra Grande, fui remisero”. Después ingresó a trabajar para la empresa DICASA y recorrió las provincias: en Lumbrera Catamarca, Río Colorado, Comodoro Rivadavia, Mendoza, Las Flores y Cañuelas en Buenos Aires. Fueron 5 años de estar lejos de su familia.
Y había empezado a trabajar en otra mina, en Santa Cruz, cuando lo llamaron para volver a la mina de Sierra Grande, en noviembre del año pasado. “Fue una gran alegría, claro, era volver a mi pueblo, estar cerca de mi familia”, dice el Gringo.
“Significa mucho la apertura de la mina”, considera. Y desde su lugar de jefe de división, se siente tan parte de la empresa que habla en primera persona: “Hoy tenemos una deuda con el tema sueldos. Esperamos subsanarla pronto”.

El turismo como alternativa
Otra de las esperanzas de Sierra Grande, además de la minería, es el turismo. “Pese al potencial que tiene la actividad, en Sierra Grande no hay una cultura turística”, dice el secretario del área Hugo Reinoso. “Y sin embargo, es el turismo minero lo que hizo conocido a Sierra Grande en el mundo”.
De hecho, fue un recurso para sobrevivir, luego de la crisis por el cierre de la mina. El servicio se vendía con el pomposo título de “un viaje al centro de la Tierra”, lo que no era más que una recorrida a través de casi 3 de los 92 kilómetros de túneles. Los visitantes, eso sí, se vestían con mamelucos, borceguíes, cascos y lámparas, para “meterse en la piel de los mineros”, como anunciaba algún folleto. Las recorridas fueron clausuradas por un problema de seguridad a comienzos de 2004, cuando aún no se sabía que la mina volvería a trabajar al año siguiente.
Ahora que esa oferta ya no está, el principal atractivo es el balneario Playas Doradas, a 32 kilómetros del pueblo. Es una costa casi virgen, que comenzó a ser explotada a fines de los 90. En aquel momento, con el objetivo de hacer del lugar un destino turístico, se decidió cambiarle el nombre original de “El Salado” por “Playas Doradas del Salado”, lo que provocó indignación en los pobladores de Sierra Grande.
La vieja denominación tiene su origen en que el balneario se encuentra justo en la desembocadura del arroyo Salado. Para rebautizarlo, se tomó en cuenta el reflejo dorado producido por la presencia en la arena de partículas de conchilla y piedra caliza. Según Reinoso, esperan “entre 35 y 40 mil turistas” para la próxima temporada de verano. Explica que mayormente llegan de la Patagonia, que no hay muchos visitantes extranjeros, y que la mayoría de éstos provienen de Chile.
Playas Doradas es un auténtico pueblo en construcción. No tiene servicio de cloacas ni de gas natural y la luz eléctrica llegó hace poco tiempo. Actualmente, hay sólo 125 residentes fijos, pero desde hace algunos años la venta de lotes y la construcción de casas ha aumentado de manera notable.
En el balneario hay un solo hotel. Se llama “La Posada de la Luna” y su propietario es Jorge Natali. “Lo que vendemos nosotros es tranquilidad. Acá no hay radio ni televisión, venís y te desenchufás. Ni hace falta apagar el celular, porque no hay señal, así que de cualquier forma no te va a sonar nunca…”, cuenta Natali. Además del hotel, hay un camping y complejos con departamentos para alquilar.
La única forma de acceso a Playas Doradas es la ruta provincial 5, que es un camino de ripio. “Hay una nueva traza para la ruta”, explica Reinoso, “de eso se está encargando vialidad de la Provincia”.
El verano pasado, se realizó allí una fiesta en la que la estrella fue Soledad Pastorutti, lo cual fue todo un acontecimiento para la gente de la localidad. “A mí no es que me guste mucho Soledad”, recordó Gringo Herman, “pero yo la fui a ver con mi familia, porque es una artista importante, nosotros la vemos por televisión…”.

Es domingo a la tarde. Y el día se envenena de lunes. Sierra Grande comienza a apagarse. De las ruinas de un pueblo golpeado por el cierre de la mina en 1991, está surgiendo una nueva esperanza alimentada por la creación de empleos y el crecimiento de Playas Doradas. Sierra Grande está golpeada, pero se levanta. Y resiste.

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NOTA 2
La mina está a 12 kilómetros del pueblo. En la entrada, hay un viejo cartel de chapa que dice: “Minera Sierra Grande S.A.”. Y, al lado, flamea la bandera roja con estrellas amarillas de la República Popular China. Al ingresar, hay que ponerse un casco amarillo —para visitas, porque los de los obreros son verdes— y luego caminar unos 200 metros hasta llegar a la administración de la mina.
Leticia Trejo, la secretaria, anuncia que el presidente de la mina, el mexicano Jaime Brown, está reunido con Jiuana Wu, el representante chino de la compañía en Sierra Grande. Dice que terminará enseguida. Sobre su escritorio hay dos banderitas: una china y la otra, argentina. Después habla por teléfono; alguien le pregunta si van a participar de los festejos por el 103º aniversario de la ciudad. “Cultura nos invitó —cuenta ella—, pero tenemos que conseguir banderas de ceremonias, y no conseguimos ninguna bandera china”. Ella va a desfilar, junto “con una chica china, que se llama Cristina y trabaja en Compras”.
Muchas personas se asoman a la secretaría, y se asombran ante la presencia de periodistas. Hasta que al rato se acerca Brown, de jeans y campera de béisbol, cantando por el pasillo, y autoriza el descenso a la mina.

Dos ingenieros harán de guías y conducirán el descenso a los túneles en una camioneta. El que maneja es Carlos Vega, ingeniero en Minas, que fue empleado de la vieja Hipasam, quedó sin trabajo cuando cerró y ahora volvió a incorporarse a Minera Sierra Grande. El que va sentado en el asiento del acompañante es Néstor Echaveguren, un bahiense que trabaja en Talleres Industriales Mineros (TIM), la empresa con sede en Mar del Plata que está llevando a cabo la reparación del pique central.
El pique central es algo así como “el corazón” de la mina. Se trata de un pozo por donde cae el material hasta una especie de embudo de acero que está a 300 metros de profundidad. Ese embudo es un silo de medición, que tiene una mesa vibratoria y dos balanzas. Desde allí, el material se carga en dos elevadores, por los que luego se sube y extrae el material.
La camioneta se interna en la mina y para alguien llegado de la ciudad es como adentrarse en una película, en que algún héroe mitológico atraviesa túneles para rescatar a una princesa. El hueco no es más ancho que una calle angosta de ciudad, y tendrá de altura unos 4 ó 5 metros. Todo es oscuridad allí dentro, salvo por las luces de la camioneta. Vega maneja a gran velocidad: es evidente que conoce todos los recovecos de un camino plagado de curvas. A veces, la sensación es la misma que la de quien va en el tren fantasma y ve que su vehículo se acerca a toda velocidad al final del camino, y cuando está por llegar, dobla y encuentra una salida imprevista.
Vega explica que en las primeras capas es necesario reforzar las galerías con fierros, dado que la tierra no es tan resistente y hay riesgos de derrumbes. Claro que lo que hace insalubre el trabajo en una mina no es solamente el riesgo de que la montaña se venga abajo. “Acá la mayoría de los accidentes son graves”, grafica el ex minero Enrique “Caballo” Ramos. Además, agrega Caballo, los mineros sufren “la humedad, la artrosis, la columna” y “enfermedades profesionales”, como problemas respiratorios. “De mil obreros que éramos —sigue diciendo Ramos—, la empresa no le hizo estudios post-ocupacionales a nadie. Yo estoy bien, pero porque no fumaba, no tomaba y me cuidaba”.
De pronto, frente a la camioneta aparecen dos luces que brillan como ojos en la oscuridad. Es un micro, que viene en sentido contrario. Ambos aminoran la velocidad. “Por suerte ahí tenés el bolsillo”, le dice Echaveguren a Vega. El “bolsillo” es un hueco en la pared, una suerte de estacionamiento, que sirve para que se acomode un vehículo y el otro pase sin problemas por el costado. El colectivo es celeste y de los viejos modelos con trompa: allí se retiran los obreros de la mina. Temprano, porque es sábado y la jornada laboral concluye al mediodía.
Después de unos 15 minutos de marcha, la camioneta llega a la trituradora. Se detiene. Está a 300 metros de profundidad. Allí hay luz eléctrica.
Echaveguren explica no se están cumpliendo con los plazos: se calculaba que para octubre podía estar saliendo el primer cargamento de hierro con rumbo a China, y sin embargo eso se está demorando.
—¿Cuándo estará trabajando la mina a un ciento por ciento?
—Exactamente no sabemos, pero por ahí para marzo…
Vega y Echaveguren dan detalles técnicos sobre lo que hay allí abajo. Abren compuertas, dejan ver conductos y explican cómo se hacen las detonaciones. Cuentan que están reparando el ascensor –al que llaman “jaula”- que lleva a los mineros al corazón del yacimiento. Apuran el paso porque es mediodía de sábado y su semana ya se termina. La camioneta vuelve a internarse en la oscuridad del túnel y, a los pocos minutos, sale de nuevo a la luz del día.


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NOTA 3

Algunos números

500.000 millones de toneladas de hierro es la reserva de la mina.
11.000 son los habitantes de Sierra Grande actualmente.
1945 fue el año en que Manuel R. Novillo descubrió la presencia de hierro bajo el suelo sierragrandense.
1.270 son los kilómetros que separan Sierra Grande de Buenos Aires.
750 empleados se estima que llegará tener la mina cuando esté trabajando a pleno.
125 son los habitantes permanentes del balneario Playas Doradas.
70 se calcula que durarán los recursos naturales de la mina.
26 millones de dólares fue la inversión inicial de los chinos en la primera etapa del proyecto; seis de esos millones fueron para la provincia.
12 clubes sociales y deportivos llegó a haber en el momento de mayor esplendor del pueblo. Actualmente no hay ninguno.
5 cabarets tiene el pueblo actualmente. Había sólo uno cuando la mina estaba cerrada.
1 vez al año pueden bajar a los túneles las esposas y los hijos de los mineros: el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, patrona de los mineros.

Wednesday, October 26, 2005



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Wednesday, October 19, 2005




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Tuesday, October 11, 2005

La maldición de Los Simpsons

Hay gente a la que le encanta hacer listas de todo lo inimaginable, como por ejemplo ésta: Estrellas Invitadas Muertas tras aparecer en episodios de Los Simpsons. Barry White, George Harrison, Linda McCartney, Los Ramones, Stephen Jay Gould, Johnny Cash, Bob Hope, Johnny Carson y unos cuantos más. ¿Podemos hablar de la maldición de Los Simpsons?
(Nota completa)